jueves, 5 de diciembre de 2013

Soledad y silencio: un estilo de vida


Por Lourdes Flavià Forcada

Muchas personas, seguramente la mayoría, consideran que estar solos y en silencio significa perder el tiempo. El psicoanalista y escritor Valerio Albisetti dice: “En cuanto a mí, puedo decir que hago muchas cosas a lo largo del día y consigo hacerlas porque paso, al menos, tres horas en soledad... no podría vivir sin ellas”. 

Podemos encontrar muchas razones y pretextos para no hacer soledad y silencio. Pero este tiempo de estar solos con nosotros mismos es muy importante. Parece una paradoja hablar hoy de soledad y silencio. Vivimos en un mundo que huye de estas cosas. Hay una necesidad de estar constantemente informado, de estar siempre haciendo cosas, de tener permanentemente la agenda llena. Nuestra vida está anclada en lo urgente y necesario y dejamos de lado, siempre para más adelante, lo esencial.

Son signos de este miedo a encontrarnos con nosotros mismos, miedo de escuchar la voz interior, miedo de enfrentarnos con la propia verdad. Preferimos seguir deslizándonos por la superficie de la existencia, no ir a fondo para no comprometernos, no sea que después no pudiéramos echar marcha atrás.

En muchos momentos nos sentimos confundidos, las incertidumbres nos invaden, las dudas nos paralizan, no sabemos qué nos pasa, no acabamos de encontrar el sentido de la existencia y, día a día, aumentan las depresiones. Dicen que en una ocasión Ortega y Gasset comenzó una conferencia con estas palabras: “No sabemos qué nos pasa. Y eso es precisamente lo que nos pasa”. Hoy podríamos decir lo mismo. Estamos estresados, angustiados, exigidos, agobiados, desesperanzados... ¿Qué me pasa? ¿Qué nos pasa? ¿Por qué pasa lo que pasa? Quizás si bajáramos del tren de alta velocidad donde estamos instalados, si dejáramos el vértigo de la vida actual a un lado y aprendiéramos a vivir de otra manera, las cosas podrían cambiar. Ya que la soledad y el silencio son como la pantalla de cine donde podemos proyectar y contemplar nuestra vida, relaciones, proyectos... Quiero detenerme cada día un tiempo para ver, desde la soledad y el silencio, qué me pasa, qué pasa, hacia dónde me he de dirigir, orientar mi vida, mis acciones...



Ser realistas existenciales

La persona que se zambulle en las aguas profundas de la soledad y el silencio, es una persona que contempla la realidad tal cual es. No fundamenta su vida en idealismos, en fantasmas que no existen, sino en lo realmente existente. Se abraza a lo que en realidad existe. No es lo mismo la realidad, lo objetivo, que contemplar ideas creadas por uno mismo o por los otros. Según qué se contemple, así será la persona que contempla.

Tener una actitud realista existencial, es ser humilde, no amurallarse en las propias ideas, y abrir los ojos, el oído, todo el ser, a la realidad que nos rodea. Saber contemplar la realidad nos ayuda a ver las cosas tal como son, es como ordenarse uno interiormente. Se van viendo las cosas, las situaciones, los asuntos, con más nitidez y claridad. Y entonces es como también podremos hacer algo positivo para transformar y mejorar esta realidad en aquellos aspectos que hagan falta.

Cuando llueve intensamente en la montaña, el agua del río baja con tanta fuerza que arrastra tierra, troncos, ramas, todo lo que encuentra a su paso. Es un agua torrentosa, de un color marrón que no deja ver qué hay en el fondo. Pero si hacemos un dique y dejamos que el agua embalsada se vaya aquietando, poco a poco toda esta materia orgánica se irá sedimentando y tendremos, finalmente, un agua cristalina que nos permitirá contemplar el fondo. La soledad y el silencio son los diques que posibilitan que nuestras aguas se serenen y podamos ver más allá.


Valores que brotan de la soledad y el silencio

Humildad, verdad, autenticidad: la persona contemplativa, la persona que vive espacios de soledad y silencio, es una persona auténtica, se muestra tal como es. Teresa de Ávila decía que la humildad es “andar en verdad”, es decir, no creerse ni más ni menos de lo que uno es. Cuando uno es capaz de manifestarse, expresarse, desde su propia verdad, se siente una gran liberación y se enriquecen sustancialmente las relaciones, ya que es un relacionarse desde la verdad y no desde las apariencias. Desde este saber qué somos es como también podemos dar más fruto.

Libertad: Los parajes de la soledad y el silencio son, por esencia, patria de la libertad. Son un espacio de verdadera libertad, donde uno no está supeditado, ni coaccionado, ni manipulado, ni controlado... por nada ni por nadie. La persona que hace soledad y silencio no es tan fácilmente influenciable o manipulable, ya que va desarrollando una firme libertad de espíritu.

Paz: La soledad y el silencio nos ayudan a reconciliarnos con nosotros mismos, con los otros, con el entorno, con la historia... Nos llevan a un estado de serenidad, de saber dar a cada cosa la importancia que tiene, ni más ni menos. Nos ayudan a situar todo en el lugar que corresponde, a ser más flexibles, a ponernos en el lugar del otro, a entender, a estar más dispuestos al diálogo, a escuchar, a ser personas más pacíficas y pacificadoras.

Alegría: Se trata de una alegría honda que surge de la constatación de la gratuidad de la existencia. ¡Existo, pudiendo no haber existido! Sin embargo, esta evidencia no es percibida por todos. Muchos creen que hubieran existido de todas maneras, aunque la historia hubiera sido otra. En el poema SER, de Alfredo Rubio, se plasma bellamente esta vivencia desde la soledad y el silencio: “Cierro la puerta. / Me quedo solo. / Me envuelvo de silencio. / Cierro los ojos. / Y me tumbo en la alfombra / y a poco... // Como olas suaves en la playa, / sube a la mente y se hace pensamiento / ese existir en medio de la nada. / ¡Soy! y antes no existía... / Qué sorpresa en mi ser, de ser. Qué calma.”

Creatividad. En este ámbito de soledad y silencio, misteriosamente se va despertando en la persona ese niño que todos llevamos dentro y que nos permite expresarnos con más libertad, capacidad de admiración y de sorpresa ante todo lo que nos rodea. Este espacio es el marco propicio donde puede surgir todo este magma interior. A veces, sin saber ni cómo, comienzan a brotar diversas formas de expresar la belleza. Es como entrar en la dinámica de la creación, ordenar el caos interno y de golpe darse cuenta de que en ti se está gestando la belleza.

Solidaridad. El ser humano es algo abierto a. No tenemos un interior compacto. Somos un pozo y cuando miramos hacia adentro, cuando hacemos vida interior, nos encontramos que el agua que nutre nuestro pozo es la misma agua que nutre los pozos de los otros. Un agua que procede de la misma capa subterránea. Es como un puente. Hay que sumergirse en el agua para ver que los pilares que lo sostienen esta fuertemente unidos. Las personas que tienen vida interior, que hacen soledad y silencio, descubren estas raíces profundas de la solidaridad. Todos unidos por algo que no es visible desde la superficie, pero sí desde el fondo. La persona que hace soledad y silencio ve en el otro un hermano en la existencia.


Soledad y silencio, un estilo de vida

Y, más que hablar de hacer soledad y silencio, podríamos decir que se trata de optar por un estilo de vida. Las grandes multinacionales no sólo promueven sus marcas, sino que promueven un estilo de vida. Si anclamos nuestra vida en la soledad y el silencio que no son huída o aislamiento porque los otros me estorban. Soledad y silencio como un tiempo y un espacio donde puedo ir tejiendo una existencia más fraternal, solidaria, gozosa y llena de sentido.





Desde la soledad y el silencio


Por Jaume Aymar

En este mundo el presente es algo tan fugaz, tan breve, que se nos escapa continuamente de las manos. Es como una frontera, que se desplaza a su largo continuamente y va convirtiendo el futuro en pasado. Cuando uno viaja en automóvil, va viendo que el paisaje que se acerca y que desearía ver con detalle, pasa enseguida atrás y casi no lo percibe en el momento que está ante sus ojos.

Dada esa fugacidad para asentarse de alguna manera en el tiempo, la persona humana tiene sólo como posibles alternativas instalarse en el pasado o en el futuro. Quien se sitúa en el pasado es un nostálgico: se vuelve pasivo, inoperante. Quien por el contrario se instala en el futuro, se vuelve ambicioso, insaciable y muchas veces vano. ¿Qué hacer pues, si en este mundo el presente casi no existe y el instalarse en las otras dos dimensiones es tan estéril como disgregador para la persona? ¿Existe algún modo de construir presente?

Sabemos que la eternidad es sólo presente. Y así como en un estanque se refleja el cielo, en la buscada soledad y silencio personal se refleja la eternidad de Dios. Vivir la soledad y el silencio con Dios Padre, es instalarse en la eternidad. Es el único modo de zafarse de la avalancha, del torrente del paso del tiempo que nos puede arrastrar sin sentido. La persona que sabe estar largos ratos en soledad y en silencio, aprende a contemplar su realidad cotidiana con paz y sosiego: su espíritu se mantiene joven. Sólo así puede asumir el pasado porque ya lo ha re-visto. Sólo así está en condiciones de construir el futuro, porque ya lo ha pre-visto.

Ese es el único anchuroso presente. Al “bajar de la soledad y el silencio”, llevamos un trozo de aquél en medio del tiempo y ese es el auténtico presente: el Reino de Dios acá en la tierra, la Iglesia. Es un presente permanente, que se asienta sosegado entre el pasado y el futuro, y todo lo ilumina con renovada claridad.




miércoles, 4 de diciembre de 2013

Francisca Güell y la postmodernidad



Por Alfredo Rubio de Castarlenas

Doña Francisca Güell y López nació en el pueblo de Versalles, Francia, y creció en el palacio de los Güell en la calle Portaferrisa, junto a las Ramblas de Barcelona. Fue clarividente testigo del último siglo de la Modernidad.

Profundamente culta. Y delicada artista en su vivir y quehacer. Con sus cuadros expresa lo que quizá hubiera necesitado muchos libros para describir.

Ella presentía la debacle del imperio de la Razón -las últimas zancadas del Despotismo ilustrado- que pisoteaba la libertad de los demás y hasta renunciaba a la propia inventando el determinismo para evitar la responsabilidad.

Por eso puso manos a la obra con visión de futuro y lo hizo con decisión y coraje. ¡Ella, mujer al parecer tan frágil en grácil silueta, siempre elegante!

Había vivido, fronteriza, la guerra Europea, sintió en carne propia la terrible contienda civil española. Y se angustió con la tragedia de la guerra Mundial! ¡A todos esos desastres había ido a parar la Modernidad!

Contra todo lo vaticinado por el Progreso, los medios técnicos habían desembocado en la bomba de Hiroshima y Nagasaki. La alocada carrera por la industrialización había abocado en el desequilibrio ecológico que pone en peligro a la misma humanidad toda. Y nunca ha habido mayores y globales injusticias en la Historia que en estas décadas nuestras. Ni tantos ricos ni tantos pobres. Ni tantos saciados ni tanta hambre. Algo, pues, fundamental, fallaba en la sociedad.

Y eso fue lo que Doña Francisca vislumbraba claro.

La Modernidad deseaba construir todo sobre la humana Razón. Había endiosado a ella y lo expresó entronizando en Notre Dame, la catedral de París, a una mujer desnuda, coronada de flores, llevada sobre una gran bandeja en procesión.

No era precisamente imagen de la humilde sabiduría. Lo era de la soberbia Razón que se erigía en dueña absoluta. ¡Qué imagen tan deformada del mismo Dios!

Doña Francisca era cristiana y heredera de todas las filosofías, teologías y tradición de nuestra cultura. Y era mujer de recóndita y recoleta oración.

Casada con Francisco, hijo del Marqués de San Mori, vivió en otro palacio; aquel en que en el siglo XVI, moró enfermo San Ignacio, recogido allí con emoción por la caridad de sus moradores.

La habitación que ocupó ese santo tan abnegado y valeroso fue oratorio para Doña Francisca y lugar donde sorbió luces y energías para su proyecto.

Desplomada la Modernidad, en el clamoroso, notorio y sangrante fracaso de ese Progreso hipócrita, ella veía, "sabía" que había que fundar la nueva época, nueva y no sólo una inercia postmoderna cada vez más podrida. Había que fundarla, repito, sobre otro terreno y otros pilares: la Libertad. Sobre una libertad liberada de aquellos cerrojos que la Razón despótica le había impuesto.

¡Qué hermosos los gritos de Liberté, egalitéfraternité de la Revolución francesa! pero eran como leones -sí, leones-, pero nacidos en zoo cercado por la razón de la ilustración. Nunca tuvieron, pues, aquellos, altísimas intenciones, auténtica libertad. Desembocaron enseguida en el Terror que hollaba aquello mismo que proclamaban: arrollaban la liberté de los otros, no aceptaban la egalité de los vencidos, ni la fraternité con todos los semejantes.

Y pronto todo condujo al Imperio. Napoleón, con la Enciclopedia en la mano, quiso dominar, doblegar por la fuerza, a su acatamiento. No, por el amor. Conquistar por la fuerza Europa y el mundo. Ni dudó en llevarse sus tesoros.

¡El siglo de las luces y de las sombras!

¡La Razón soberbia! Cuántos Austerlitzs y Gulags, cuántas opresiones de todos sobre todos, qué semilleros de guerras duran hoy todavía y en crescendo a veces. ¡Oh, guerra del Golfo!

¿Dónde está la paz, dónde el respeto a la dignidad del hombre porque existe y es ser humano? ¿Dónde la alegría ya por el mero hecho de vivir?

¡Qué felicidades nuevas y huecas se fabrican y ofrecen a las gentes? Permisividad, droga, música aturdidora, rueda insaciable de consumo, torrentes de información que todo confunden y trivializan, ajetreo en todo. Y hasta en lo lúdico, ¡que se ha convertido también en stress y negocio! ¡Lo contrario al ocio reposante, reparante y reconfortante!

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Doña Francisca era testigo lúcido de todos esos acontecimientos en su larga vida. También vio los sputniks de la guerra fría y a los hombres en la Luna, aunque no la explosión del Sida.

Y ella sola, sola, empezó el contraataque. ¿Cómo?

Proporcionando a la gente, especialmente a los intelectuales y artistas, un espacio apto para que se encontraran a sí mismos en la soledad y el silencio.

¿Por qué?

Porque sólo en la soledad y el silencio se tiene libertad. Allí se encuentra, se paladea, se goza, el ser libre. Y nadie que la alcanza, nunca desea ser de nuevo esclavo.

No hay en el mundo un lugar donde más auténticamente ser libre que cuando uno está solo, cerrada con llave la puerta de su cámara, en transida soledad y en el silencio elocuente del universo. Una habitación cerrada y con una ventana al mundo y al Cielo.

¡Proporcionar este trozo de paraíso a los seres humanos, para encontrarse a sí mismos, cobrar su identidad y ver las cosas con una nueva luz lustral!

Nada de oír en ese ambiente, conferencias, cursos, cursillos, seminarios, ni siquiera conversaciones, consejos, orientaciones... No. Nada. ¡La ancha vacuidad sólo de la solitud y del silencio exterior e interior!